La diáspora yoruba: fe, resistencia y patrimonio inmaterial en el siglo XXI

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Ciudad Madero, Tamps.- La voz del Santero Alfredo Balderas, Otura Iroso Mu, se mueve entre la calma y la vehemencia en el Programa “Tarde de Café”. Habla como quien conoce la fragilidad de un legado y la fuerza que lo sostiene. La religión yoruba —una de las más antiguas de la humanidad— sobrevive a tres milenios de historia, a la violencia de la trata transatlántica y a los prejuicios contemporáneos que la reducen a un decorado folklórico o a un acto de “brujería”.
Reconocida por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, esta tradición religiosa africana ha recorrido un camino marcado por el desarraigo y la adaptación. “Lo que yo practico es criollo afrocubano, pero su raíz está en Nigeria”, precisa Balderas. “En Cuba, el 70% es herencia africana, y el resto son influencias católicas y taínas”.
Además, detalla que la llegada de la religión yoruba a América no fue voluntaria. Entre los siglos XVII y XIX, barcos negreros llevaron a Cuba no sólo mano de obra esclavizada, sino también un capital cultural y espiritual invaluable. En los ingenios azucareros y plantaciones de tabaco, sacerdotes y practicantes adaptaron sus ritos a la clandestinidad impuesta por la evangelización colonial.
Fue entonces cuando nació el sincretismo: Yemayá con la Virgen de Regla, Changó con Santa Bárbara, Oshún con la Virgen de la Caridad del Cobre. Esta estrategia de camuflaje permitió la supervivencia de la fe, pero también sembró la confusión terminológica que hoy asocia “santería” con la religión yoruba.
REGLAS, ORÁCULOS Y LENGUAJE SAGRADO
La Regla de Osha afrocubana conserva una estructura ceremonial minuciosa. Todo ritual comienza con la moyugba, oración en lukumí y español, y se apoya en sistemas adivinatorios como el Ifá y el dilogún, que operan bajo un código binario milenario. El babalao —sacerdote mayor— interpreta los signos (odun) y prescribe los ebó (acciones rituales) para resolver conflictos, prevenir enfermedades o atraer prosperidad.
El aprendizaje es estrictamente oral. “No existe una universidad yoruba; se aprende de tu padrino y de tus mayores. Si fallas, es porque falló quien te enseñó”, precisa Balderas.
Uno de los aspectos más discutidos es el sacrificio animal. En la cosmovisión yoruba, no se trata de violencia gratuita, sino de un intercambio sagrado. “Ese animal nació para ayudarte. Se le pide permiso y se comparte su carne. Lo cuestionan, pero nadie protesta por el
sacrificio industrial que termina en un plato”, señala. La regulación es estricta: el color, edad y condición del animal deben cumplir con lo que marcan los pataquís (historias sagradas).
SECRETISMO Y POLÍTICA CULTURAL
El hermetismo que rodea a la Regla de Osha tiene raíces políticas. Durante las décadas de 1940 y 50 en Cuba, el gobierno de Gerardo Machado prohibió su práctica pública. La persecución fortaleció el secreto como mecanismo de preservación.
Hoy, el panorama es contradictorio: plataformas como TikTok muestran rituales sin contexto, lo que, para Balderas, trivializa y distorsiona la religión. “No puedes aprender en línea lo que requiere años de disciplina y ceremonias iniciáticas. Hay cosas que no se deben mostrar”.
Por otra parte, Balderas señala que la UNESCO reconoce que el patrimonio inmaterial enfrenta tres amenazas principales: la pérdida de contextos originales, la comercialización sin control y la apropiación cultural. La religión yoruba es vulnerable a las tres. La venta de collares (elekes) en plataformas como Shein —sin la ceremonia de consagración— ilustra el riesgo de reducir un símbolo sagrado a un accesorio de moda.
En México, la expansión de la diáspora cubana y africana ha propiciado casas religiosas legítimas, pero también ha abierto espacio a estafadores. “Un padrino debe tener linaje, trayectoria y honor. Pregunta dónde se inició y quién lo enseñó. No basta con ver collares colgando del cuello”, advierte Balderas.
SIN FRONTERAS RELIGIOSAS
Contrario a la imagen de exclusividad, la religión yoruba no exige abandonar otras creencias. Balderas lo vive así: “Creo en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Los orishas llevan nuestras peticiones a Olodumare, el mismo Dios supremo”.
Sin embargo, las normas internas abarcan desde abstinencias alimenticias y sexuales en periodos específicos, hasta prohibiciones de usar collares bajo la lluvia o durante la intimidad. También hay restricciones de acceso a mujeres en periodo menstrual, reglas que, según Balderas, buscan preservar la energía ritual.
Mientras que en eventos como el toque de tambor, la espiritualidad se hace visible: trances, danzas y mensajes en lengua africana traducidos al instante, escenas que confirman la persistencia de un puente cultural de más de tres siglos.
Balderas quiere dejar claro que la religión yoruba, en su versión afrocubana, no es un vestigio estático sino un sistema vivo, que combina disciplina, fe y adaptación cultural. Su permanencia en México y América Latina es parte de una historia más amplia: la de las culturas africanas que, pese a la diáspora forzada, siguen modelando identidades, resistiendo al olvido y enfrentando nuevos retos en la era digital.
Así mismo lo resume con claridad: “La fe no se improvisa. Si vas a caminar este camino, hazlo bien, con respeto y con quien de verdad conozca la tradición. No es moda, es historia y es vida”.
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